domingo, 3 de febrero de 2019

Acerca de las Cartas de Julio Cortázar



Traducido del francés se lee el mensaje tallado sobre una placa de piedra: “AQUÍ VIVIÓ JULIO CORTÁZAR / 1914 - 1984 / ESCRITOR ARGENTINO NACIONALIZADO FRANCÉS / AUTOR DE ‘RAYUELA’”. Al lado de la placa está la entrada de un edificio antiguo y a lo largo de esa misma calle se pueden ver, todo esto gracias a Google Maps, restaurantes y cafés. Seguramente la vista era muy distinta en 1984, año en el que falleció el escritor con 70 cumplidos, cuya última vivienda se ubicó ahí: el número 4 de la rue Martel, 75010, París - Francia, dirección que muchas veces menciona él en las cartas que escribió en esa época. Contemplo esa entrada con una sensación de despedida porque en cierta forma lo es: es el fin a un recorrido que empecé el 2012 y termina hoy, diciembre del 2018, tras una lectura larga y sin apuros de los 5 tomos, más o menos unas 3000 páginas en total, que reúnen toda su correspondencia.
La nostalgia y la tristeza se apoderan de mí en estos momentos.
La nostalgia me hace releer la primera carta y redescubrir a un Cortázar de 23 años y profesor de escuela en una provincia de la Argentina, que tras manifestarle a un amigo sus incomodidades con la situación educativa de su país, le transcribe un poema de su autoría y le comporte algunas de sus inquietudes poéticas. Qué importante sería la poesía para Cortázar por aquel entonces (1937 - 1954, tomo 1): tema recurrente en sus cartas, sería prácticamente una obsesión para él. Ni por asomo se vislumbra al magnífico narrador que se convertiría luego, al cuentista extraordinario o al autor de una novela tan fundamental como “Rayuela”. Precisamente esta sería el tema de su última carta, breve y escrita a un mes de su fallecimiento, en la que, muy enfermo, se disculpa con una traductora por no tener las energías suficiente como para hacerle todas las notas necesarias a la traducción en curso. Qué diferencia con el Cortázar que llenaba pliegos y pliegos de anotaciones para sus traductores (a los idiomas que él dominaba, francés e inglés) desde que estos empezaron a aparecer a finales de los 50, con el escritor ya establecido en París, junto con su primera esposa, Aurora Bernárdez.
Sin saberlo él, y ninguno de sus futuros protagonistas, el Boom de la Literatura Latinoamericana se estaba gestando y es la etapa epistolar que transcurre durante el antes-y-durante de este fenómeno (1955 - 1968, tomos 2 y 3) mi favorita. Porque es un Cortázar entregado al arte: si una carta no es sobre literatura (la suya y la de otros) es sobre jazz, y si no es jazz, es pintura, y si no esta, entonces, cine, y así recorre el arte en muchas de sus formas con soltura y genialidad. Con una contagiante actitud le ve el lado bueno a las aburridas conferencias de la Unesco a las que tiene que ir como traductor porque al menos le permiten viajar a distintos países con los gastos pagados, o disfruta hacerle la “guerrita” a los correctores de estilos de las editoriales que no ven con tan buenos ojos sus intentos de salir de lo convencional. Aparecen Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre otros gigantes, como destinatarios a sus cartas y aún así se ufana de no sentirse un escritor profesional, no por falsa modestia sino porque le aburre la idea llegando a de prescindir de cualquier agente literario, repartiéndose esa tarea entre su editor en la Argentina y él mismo. Sus cartas adquieren un tono lúdico y eso las hacen más entrañables aún.
Pero conforme la situación política y social de Latinoamérica en los años 70 se vuelve preocupante, sucede lo mismo con el tono epistolar de Cortázar (1969 - 1976, tomo 4). Con una seriedad acorde se comunica ahora mucho más con dirigentes políticos que con intermediarios de cualquier editorial, y si el destinatario es algún colega escritor la literatura no es el tema a tratar sino los conflictos internos de sus países de origen y vecinos. Atrás queda el escritor que disponía de tiempo como para lidiar directamente con las editoriales y para supervisar obsesivamente los más mínimos detalles de las edición de sus libros, desde el contenido hasta el arte de las portadas. Por supuesto Cortázar sigue haciendo literatura pero salvo revisar pruebas de impresión y traducciones se aleja de todas las demás tareas del proceso editorial; ahora tiene una agente literaria para esas tareas: Ugné Karvelis, su segunda pareja. Afortunadamente, sin importar el contenido de las cartas, Cortázar siempre mantiene su estilo oral que mucho tiene que ver con lo espontáneas que son en el sentido que, como él mismo lo  explica, no las escribe pensando en luego corregirlas y publicarlas, así que lo hace de una sola pasada, y aún así algunas resultan tan perfectas que en su momento terminan publicadas en revistas.
La tristeza me viene por el último año de vida de Cortázar, período triste porque lo vive viudo tras el fallecimiento de su segunda esposa, Carol Dunlop (su pareja la mayor del tiempo entre 1977 y 1984, tomo 5). Solo y con 70 años encima es obvio por sus cartas el denodado esfuerzo que hace para seguir adelante. ¿Cómo lidiar con la pérdida de alguien que estuvo tan presente en todo? Desde lo más cotidiano como su sola presencia en el hogar (Cortázar lamenta el llegar a casa y ya no encontrarla), pasando por lo político (los viajes que antes habían realizado juntos a países envueltos en la revolución o guerras civiles ahora los tendrá que hacer solo) y hasta en lo literario: pendiente queda darle orden a todo lo escrito juntos durante el viaje por las carreteras de París que hicieron meses atrás, para luego publicarlas en un solo tomo compartiendo autoría. Esa presencia-ausencia del ser amado y perdido por momentos hacen que las cartas incluso más que tristes sean angustiantes. Por ello me dio gusto leer las cartas que dan cuenta de su viaje a una Argentina con la democracia restaurada para reencontrarse por última vez con su madre y hermana, reencuentro aplazado por tantos años por culpa de la dictadura militar. Esa y otras estancias momentáneas fuera de su hogar de París, como las temporadas que como invitado convive con amigos, son paliativos posibles hasta que su salud le impide seguir viajando. Ya enfermo y recluido en su hogar, su primera ex-esposa pero amiga eterna, Aurora Bernárdez se muda con él para cuidarlo y acompañarlo hasta su posterior hospitalización y fallecimiento.
Por eso no sorprende que ella heredara el poder sobre los derechos de autor de Cortázar convirtiéndose en la administradora de su obra. Su nombre y el de Carles Álvarez Garriaga aparecen en la tapa de esta colección como responsables de su edición, edición que por un lado es elogiable por lograr publicar más o menos, calculo, un 90% de todas y cada una de las cartas que Julio Cortázar escribió, sin ningún tipo de censura, solo sufriendo las limitaciones de páginas perdidas, párrafos ininteligibles o destinatarios que no quisieron ceder las que poseían. Pero por otro lado tiene un aspecto negativo que es algo inevitable de esta “totalidad”, y es la presencia de cartas que poco o nada aportan a conocer más al autor, que están ahí sumando hojas en un espacio apenas justo en donde incluso los pie de páginas no parecen ser suficientes para todas las aclaraciones necesarias. Creo entonces que además de esta edición sería ideal que existiera una antología de las cartas y con textos que expliquen el contexto en el que fueron escritas. Mientras tanto se me ocurre que el mejor complemento a esta correspondencia es la lectura de alguna buena biografía, algo que me queda como tarea pendiente.

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