sábado, 30 de diciembre de 2017

Acerca de “De Noche Andamos En Círculos” de Daniel Alarcón



Cuando te enteras de que alguien cercano a ti ha hecho algo con lo que no estás de acuerdo, lo que sentirás estará entre el desconcierto y el enojo. Esa fue casi mi constante durante las desventuras de Nelson y Henry provocadas por sus continuas decisiones dudosas (por decir lo menos) al no saber controlar sus emociones.
Se podría justificar esta falta de control por ciertos hechos que dejaron marcadas sus vidas. Henry, fundador del desaparecido grupo teatral “Diciembre”, es un dramaturgo venido a menos cuya obra de teatro más famosa (relativamente hablando) hizo que años atrás lo encarcelaran injústamente por 6 meses. Nelson, un joven aspirante a actor, se quedó huérfano de padre en la adolescencia lo que interrumpió su normal desarrollo y frustró muchos de sus planes a mediano y largo plazo. Como consecuencia de estas tragedias, las vidas privadas de ambos se ven afectadas, en especial sus relaciones amorosas, lo que pesa más en Nelson por ser más joven e inmaduro.
En estas circunstancias, sin saber bien qué hacer con sus vidas, Nelson, Henry y “Patalarga” (otro co-fundador de “Diciembre”), emprenden una gira para interpretar en provincias otra vez aquella obra polémica (ahora que es una época más tranquila en el país), con un afán entre nostálgico y reivindicador por parte de Henry y Patalarga, y siendo para su recién reclutado, Nelson, la oportunidad de dar sus primeros pasos como actor.
Al comienzo, por lo ya mencionado, parece una buena decisión salir de gira, y también por ser un medio de escape a la apremiante realidad cotidiana en la que viven cada uno, sumergiéndose, lejos de la capital, en aquella pasión que tienen en común, el teatro. Pero en el transcurso de la gira quedará claro que la realidad así nomás no los iba a dejar escapar. ¿O es que Nelson y Henry no se esforzaron lo suficiente y se dejaron atrapar?
Aquí empieza mi desconcierto y enojo, porque pudiendo seguir adelante con sus vidas no lo hacen: no lo hace Nelson tratando de salvar su insalvable relación amorosa mediante periódicas llamadas telefónicas a su ex en la capital (olvidándose de paso de que tiene una madre que hace semanas, luego meses, no tiene noticias de él). Y no lo hace Henry quien, aferrado aún al recuerdo de un tal Rogelio (personaje ya fallecido) y como líder de esta nueva versión de “Diciembre”, ordena el desvío de la gira de su ruta original hacia el pueblo natal de aquel que fue su amante en la cárcel.
Y es en este pueblo donde quedará demostrado otra vez el mal juicio del trío, lo cual provocará una situación confusa de muertos, aparecidos e identidades falsas cuyas consecuencias los perseguirán a partir de ese punto, más o menos la mitad de la historia, hasta el desenlace. Aunque ya para el final, cansado de sentirme tan frustrado por “verlos” tropezar a cada rato con sus propios pies, me empecé a alegrar de sus sufrimientos. Pero claro, de haber estado los personajes siempre en lo correcto, la novela se hubiera acabado insatisfactoriamente antes de la página 100, de las 300 y tantas que tiene en total.
Lo paradójico es que aun con esa fuerte sensación de “!¿qué carajos están haciendo?!” nunca he querido abandonar la novela. Todo lo contrario: constantemente he querido seguir sabiendo de Nelson, de Henry, de Patalarga y de los demás. Y es que mi problema no es la novela que los contiene, mi problema son ellos y sus acciones pero no como actores en esta ficción sino como personas de carne y hueso porque así de reales los sentí. Y este es el gran triunfo del autor que, con (o a pesar de) estos personajes más su ágil forma de narrar, creó en su conjunto un novela fascinante y de placentera lectura.

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domingo, 10 de diciembre de 2017

Acerca de "Game Of Thrones" (Telltale Games)



Ya van 5 libros de “Una Canción De Hielo Y Fuego” y 7 temporadas de televisión de “Game Of Thrones” y en ninguna de ellas aparece la familia, o “casa”, Forrester. Los Forrester son exclusivos del videojuego desarrollado por Telltale Games basado en la franquicia y aunque no son parte del canon oficial es como si lo fueran por lo bien que encajan sus miembros y su historia dentro del universo creado por George R. R. Martin.
Conociendo el historial de Telltale Games no es de sorprender que esto sea más una historia interactiva que un videojuego tradicional, por ello hay que quitarse el sombrero ante los guionistas quienes han logrado que esta producción se sienta como genuinos episodios complementarios a la serie de TV. El aspecto jugable se limita principalmente a decidir, de entre varias opciones, qué debe decir algún personaje durante una conversación. También están los momentos en que estos personajes deben interactuar, a modo de investigación, con distintos elementos de una habitación cerrada. Puede que esto suene o haga recordar a los tradicionales “point and click” pero en este juego todo es más directo, inmediatamente el jugador puede darse cuenta si está interactuando con el objeto correcto o no, no hay puzzles ni acertijos de por medio como en los “point and click” así que es imposible quedarse atorado por mucho tiempo en una de estas habitaciones. Las únicas situaciones que podrían generar un “Game Over” son aquellas que le exigen al jugador apretar en el tiempo justo un botón determinado, pero si éste se equivoca el juego retornará a los segundos previos de esa situación dándole la chance de ahora sí realizar la acción correcta; lo más difícil de esto es fallar una segunda o tercera vez.
De la presentación del juego, o sea de lo que uno ve y oye, es lo segundo que destaca. No es que el aspecto visual este mal: el estilo de los gráficos, que están entre lo realista y caricaturesco, son lo suficientemente precisos para hacer reconocibles locaciones y personajes. Y si al aspecto del audio destaca más es por los personajes justamente por las buenas actuaciones de voz de quienes dan vida a los miembros de la casa Forrester, pero en especial a aquellos ya harto conocidos, odiados o amados, por los fans de GoT: Cersei, Margaery, Tyrion, Ramsay, Jon, Daenerys... son parte del juego y son sus respectivos actores en la serie quienes prestan sus voces, con una calidad que como ya di a entender, está al mismo nivel de los episodios de TV.
La historia se desarrolla poco después de la "Boda Roja" y se sabe las nefastas consecuencias que tuvo esta para la familia Stark. Pues resulta que los Forrester es una familia del norte y leal a los Stark así que uno ya puede ir dejando de lado el optimismo sobre su futuro durante el transcurso del juego, basta con decir que al final los Bolton siguen siendo los amos y señores del norte. Pero ahora, para quienes seguimos más la serie que los libros, que los Stark han derrotado a los Bolton y retomado el poder en el norte, sería bueno saber de alguna forma el destino de los Forrester, ya sea incorporándolos al canon o con otro videojuego. Los Forrester se merecen, ya sea bueno o malo o agridulce, un final concluyente.


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domingo, 29 de octubre de 2017

Acerca de "Doom" (2016)



Dejando de lado el modo multi-player...
¿Sería justo comparar COD (Call Of Duty), en su forma actual, con Doom del 2016? Pueden ser tan distintos en varios aspectos que se les podría considerar incomparables, pero finalmente nada de eso impide que pertenezcan al mismo género, el de los FPS (First Person Shooter). Fue por esto que pensé en COD cuando terminé con Doom. Me pregunté: ¿cuándo había sido la última vez que había disfrutado tanto un FPS? La respuesta fue clara: el año, 2007; el juego, BioShock; por qué: su magnífica historia y más que correcta jugabilidad. Pero desde entonces han sido principalmente las anuales entregas de COD las que han pasado por mis manos cada vez que jugué un FPS, y salvo por un par, ha sido una década de decepción tras decepción. En consecuencia mi fe se fue debilitando, tanto por la franquicia como por el género del cual COD es abanderado desde la aparición, en el 2007 también, del primer Modern Warfare.
Entonces, el 2016, aparece Doom, y, luego de recién poder jugarlo este 2017, mi fe en que el género de los FPS aún puede producir joyas se ve renovada. Qué diferencia de sentimientos al terminar Doom que cuando terminé Black Ops 3, el COD más reciente que poseo. Mientras que con el primero sentí una gran satisfacción y la adrenalina seguía latente, con el segundo sentí alivio de que por fin se hubiera acabado porque ya me estaba hartando de él. Y es que desde hace menos de una década, COD ha sido para mí cada vez menos entretenimiento y más tedio y aburrimiento; y algo de enojo también por algunos elementos irritantes en su narrativa, como sus pobres argumentos y las poses de sus personajes, todo digno de las peores películas de guerras. Irónicamente, Doom apenas tiene historia: una base científica en Marte es invadida por demonios del mismísimo infierno y el protagonista como único ser humano superviviente tiene la misión de aniquilarlos a todos; listo, a jugar, es tan básico que el protagonista no tiene nombre y sólo se le conoce por el apodo de “Doom Guy”.
Queda claro pues que por su argumento Doom no ganará ningún premio y que no es por eso que es en la actualidad superior a COD. La razón de su superioridad es por algo más fundamental: la jugabilidad. Ambos son juegos de acción y la jugabilidad se desarrolla de acuerdo a ello.
En COD la mayor parte de la acción parece estar sucediendo alrededor del protagonista como un decorado, es decir, hay ejércitos enfrentándose, explosiones, gritos, pero es muy poco lo que influye el protagonista en todo ese caos. Él sólo se preocupa por lo que tiene por delante: se cubre donde puede, dispara y mata a sus enemigos desde medianas o largas distancias, y sigue avanzando, siempre hacia adelante, por espacios que por su disposición funcionan más como grandes corredores que como areas de guerra. Y cuando COD intenta variar lo hace con situaciones con opciones tan limitadas (como aquellos niveles en los que hay que escalar una montaña haciendo click derecho o izquierdo de acuerdo a las manos del protagonista) que apenas aportan a la jugabilidad en general.
En Doom la acción converge hacia el jugador y esto es literal con las hordas de demonios que, una vez que el protagonista ha llegado y se ve encerrado en una amplia zona determinada, aparecen desde inesperadas posiciones y desde ahí se dirigen hacia él para atacarlo. Acá hay poco donde cubrirse y poco se puede hacer disparando desde lejos. Los demonios están acercándose y cuando no es así, es el protagonista quien tiene que acercarse a ellos para conseguir el mejor disparo o ataque posible. Así que tiene que estar constantemente moviéndose, corriendo o saltando, aprovechando todo lo que ofrecen esas amplias zonas en cuestión de terreno, lo cual es mucho: escaleras, túneles, plataformas, elevaciones, desniveles; todo magníficamente bien dispuesto y distribuído. El resultado de esta jugabilidad no puede ser otro que adrenalina pura.
Y no es algo original porque lo que Doom hace no es nuevo sino un retorno a un jugabilidad que se parece más al de sus dos primeras entregas, allá por mediados de los 90. Curiosamente en Doom 3, con el fallido afán de volverlo más terrorífico y claustrofóbico, las zonas abiertas se cambiaron por espacios más cerrados comunicados por pasillos en donde los enemigos iban apareciendo por delante del protagonista. ¿Suena familiar? Claro porque es, aunque a menor escala, el estilo de toda la vida de COD, y si ahora se recuerda muy poco a Doom 3 tiene mucho que ver con esos cambios.
Tampoco se trata de pedirle a COD, o a cualquier otro FPS en general, ser como Doom, porque cada juego tiene o debería tener su propia identidad con sus propias características. Por ejemplo, algo que hace tan gratificante a Doom es lo visceral que puede ser, pero esto sería imposible de replicar en COD en donde no tienen lugar armas como motosierras ni acciones como desmembramientos a mano limpia, ni otros elementos típicos de Doom. Y si es que se estableciera alguna excusa que justifique de pronto la integración de esos elementos ajenos o de plano seguir alguna otra fórmula exitosa o de moda, a la larga la sensación interminable de estar jugado siempre lo mismo terminaría matando al género. No, de lo que se trata es de pedirle a COD que aprenda algo de la jugabilidad de Doom y, en lo que a contar una historia respecta, que aprenda algo de juegos con tan excelente narrativa como BioShock (y en menor medida de sus secuelas), en donde las ganas de querer saber qué pasará con los personajes en el siguiente capítulo están siempre presente.
Ahora me preguntarás: ¿pero es que alguien en estos tiempos compra COD por su argumento o por su modo single-player? Pues lamentablemente ya no: todos los millones que genera se deben a su otro modo de juego, el multi-player. Así que supongo que al final no se trata de pedirle cosas a COD, sino a la industria en general que otros juegos como Doom del 2016 y como BioShock sigan apareciendo.   


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domingo, 1 de octubre de 2017

Acerca de “Hombres Buenos” de Arturo Pérez-Reverte



Venía leyendo la obra a un capítulo por día, o sea, más o menos, unas 50 páginas diarias, siempre en las mañanas, y ese día se suponía que no iba a ser la excepción. Pero llegó la noche y, luego de haber mandado al demonio todo lo que interrumpiera mi lectura, ya había leído las 200 páginas de los 4 capítulos restantes y me había acabado el libro.
Así de buena resultó “Hombres Buenos” de Arturo Pérez-Reverte. Aunque, malinterpretando mis palabras, alguien podría concluir que lo realmente bueno son esos últimos 4 capítulos. Si no ¿por qué no se me presentaron esas ganas compulsivas de leer antes?
Porque toda narración tiene su ritmo y desarrollo. Por ahora que quede claro que la novela me enganchó incluso desde antes de su inicio en sí, en las páginas que anteceden al primer capítulo. ¿La introducción? No porque esas páginas no lo son. Es más, son prescindibles; uno podría saltárselas y no perdería nada que no vuelva a suceder más adelante. Están ahí con el único propósito de causarle intriga al lector: el autor, sin revelar detalles importantes, describe los momentos previos a un duelo de espadas en un París del siglo 18. ¿Quiénes son esos duelistas? ¿A qué se debe el duelo? ¿Quiénes los rodean? ¿Quién ganará? Listo, gancho establecido. A seguir leyendo…
Como ya dije, esto es Europa en el siglo 18. Dos miembros de la Real Academia de la Lengua Española parten, en nombre de su institución, de un Madrid conservador (la Santa Inquisición sigue vigente) hacia un París liberal y pre-revolucionario, en busca de los 28 tomos que conforman una enciclopedia escrita por los pensadores franceses más destacados de su tiempo. Hasta aquí suena a algo de lo más burocrático. ¿El problema? La enciclopedia está prohibida en ambos países por contener ideas que se consideran sacrílegas y herejes. Es entonces un viaje oficial a medias, porque si bien los dos académicos españoles cuentan con todos los permisos correspondientes, se trata de una obra que no se puede conseguir en ninguna librería autorizada así que van a tener que comerciar dentro un submundo  de libreros clandestinos y de colecciones privadas.
Puede que no lo parezca pero esta, aparte de histórica con personajes y hechos reales, es una clásica novela de aventuras. Además de la época y lugares cuenta con otros elementos típicos del género: personajes que cumplen bien el rol de héroes y de villanos, mujeres que despiertan pasiones, violencia, cuestiones de honor y orgullo… Y es precisamente un orgullo herido el que propicia el duelo ya anticipado, el cual marca el inicio del último tramo de la novela, exactamente el último tercio, llena de acción trepidante y de emociones. Fue a partir de este punto que ya no pude parar de leer.
Los dos tercios previos son el largo preámbulo a toda esa acción, si bien con menos adrenalina, compensa la falta de ésta con una tensión creciente y una suficiente generación de expectativa al final de cada capítulo. Lo compensa además con la forma dinámica de establecer el contexto histórico: siendo pocas y breves las descripciones tipo de un libro de historia, son los personajes a través de sus conversaciones, acciones e interacciones los que dan mayor cuenta de lo que viene sucediendo en España, Francia y en el mundo occidental en general; y dan cuenta también de la fascinante confrontación ideológica que se está dando en el los círculos intelectuales y que en un futuro no tan lejano desencadenará en eventos como la revolución francesa o el fin del poder de la iglesia Católica.
Dije que esto es una novela de aventura y es verdad, lo que he venido describiendo lo es, pero sería impreciso decir lo mismo de “Hombres Buenos” cuando en realidad es un libro que contiene a esta novela y, acompañandola, entremezclándose con ella, la narración del autor acerca de su elaboración; un “detrás de cámara” por así decirlo. Es meticulosa la forma en que Pérez-Reverte estructura toda la obra para que haya un perfecto balance entre ambas narrativas. Ningún pasaje se siente al azar, de sobra, o mal puesto. Incluso esas primeras páginas antes del primer capítulo: creo que el autor, consciente que las partes más emocionantes pueden tardar un poco en llegar, adrede plantea el duelo al inicio del libro, como una promesa a largo plazo al lector.
Cuando acabé de leer “Hombres Buenos” de inmediato empecé a caminar y a dar vueltas por mi habitación repasando mentalmente sus momentos más memorables. No podía evitarlo. La emoción me impedía mantenerme sentado. Fue la misma emoción que sentí en mi adolescencia luego de mis primeras lecturas de las magníficas aventuras de Sherlock Holmes.

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jueves, 21 de septiembre de 2017

Acerca de “BoJack Horseman”



Empecé a ver la cuarta temporada de “BoJack Horseman” con miedo. Mi gusto por la serie había ido en aumento desde el primer episodio de la primera temporada y al final del último episodio de la tercera ese gusto había alcanzado un nivel tan alto que ya la serie se había convertido en una de mis favoritas. Pero ese nivel también podía significar, y he ahí mi temor, que esta cuarta temporada no superara en calidad a las anteriores y en consecuencia me gustara menos, y que esto a su vez significara el inicio de un declive que pronto volviera a la serie prescindible.
Afortunadamente no fue así, y no sólo eso, para mí esta cuarta temporada ha sido la mejor hasta ahora.
Creo que esto en parte se debe a un cambio en su estructura narrativa. Algo que me había dejado un poco preocupado al final de la tercera fue la similitud de su estructura con la de la segunda, es decir: Bojack, como siempre egoísta y autodestructivo, le arruina la vida a alguien, lo lamenta, se autocompadece y en el último episodio se convence de que las cosas no pueden seguir así.
Para romper exitósamente con este y otro patrones pasados, esta vez la vida de cada uno de los personajes secundarios no gira tanto alrededor de la de BoJack. Él obviamente sigue siendo el protagonista pero ahora los demás personajes tienen sus propios arcos narrativos más o menos independientes, y son lo suficientemente interesantes, entretenidas (o trágicas) que se las puede disfrutar sin extrañar al caballo que le da el nombre a la serie. Una señal de que esto será una tendencia en toda la temporada es la total ausencia de BoJack en el primer episodio. Además, a cada una de las historias de los personajes ya establecidos y queridos, como Todd, Diane, Mr. Peanutbutter, y Princess Carolyne, se le suman nuevos personajes o se reutilizan otros, pero no como simples y momentáneas apariciones graciosas (algo típico de temporadas pasadas) sino como importantes y persistentes aportes a sus narrativas.
Pero si de personajes reutilizados se trata, definitivamente al que mejor uso se le ha dado es a la mamá de BoJack, Beatrice, quien se suma a la historia de él para, como se dice, robarle el show. Previamente no era más que el típico estereotipo de madre problemática (porque siempre es más entretenido que el protagonista tenga una madre problemática que una normal) de quien se sabía poco por algunos flashbacks en los que un BoJack niño o más joven que el actual es su víctima. En esta temporada ella es la protagonista de sus propios flashbacks que recorren las distintas etapas de su vida, los cuales, más su situación presente, la convierten en un personaje rico y complejo y, como si eso no fuera poco, fundamental para definir el pasado y futuro de Hollyhock, la adolescente que se presenta como hija de BoJack (quien aparece, sin decir una sola palabra, en los últimos minutos de la temporada 3). Que el segundo episodio tenga mucho que ver con Beatrice es ya una clara señal, otra vez, de lo importante que será para el resto de esta cuarta temporada.
“BoJack Horseman” es una serie animada en donde en pleno siglo 21 seres humanos y animales de distintas especies que actúan como seres humanos coexisten. Es un mundo evidentemente irreal, absurdo y ridículo; aun así se las ingenia para ser realista por momentos, especialmente para representar la ironía que sus personajes infelices aparentemente lo tienen todo para ser lo contrario. Pero en esta temporada ese realismo llega a ser tan contundente que duele, como cuando se explora el pasado de Beatrice, pasado que la define y a la larga define también la relación con su hijo, BoJack. O por la descorazonadora forma con que Princess Carolyn lidia con un día repleto de terribles noticias.
Y es que este es la temporada más deprimente de todas, lo que suena a reproche pero, obvio, no es así. ¿Un cumplido? Tampoco. Ni lo uno ni lo otro porque no es una mera cuestión subjetiva; es un hecho (objetivo como tal) que demuestra que ahora más que nunca la serie ha logrado hacer palpable emociones así de intensas y profundas. ¿Pero acaso no se supone que esto es una comedia? Bueno, a estas alturas “BoJack Horseman” es más que eso.

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jueves, 7 de septiembre de 2017

Sal (cuento)



Nunca quedó claro si Verónica Rivas era fan de Los Simpsons o si todo fue pura coincidencia, igual los fans de la serie no pudieron evitar recordar la vez que el sobrino del alcalde de Springfield se pone histérico al escuchar a un mozo decir “sopa de cebollas” en francés. Porque fue más o menos lo mismo que pasó entre Verónica e Ignacio Rondán cuando él le anunciaba a los televidentes, en francés también, el nombre del plato que iba a cocinar, una sopa de cebollas justamente.
“Soupe à l’oignon”. Si cuesta escribirlo imagínate decirlo, trata un par de veces y te causará gracia; incluso bien pronunciado suena medio chistoso. O de plano hilarante, como le sonó al sobrino del alcalde Diamante, o, peor aún, a Verónica porque su estallido de carcajadas fue visto por miles y miles de amas de casa que veían ese magazine del mediodía. Y cuando digo peor, claro, me refiero al pobre de Ignacio quien no sabía qué hacer salvo repetir lo dicho cuando Verónica se lo pedía con la intención de remedarlo, y él lo hacía con una pronunciación perfecta y con un acento que se le había pegado para siempre desde sus años de estudio para chef en París.
Verónica, agonizando de la risa, tuvo que abandonar el set y ante las cámaras sólo quedarían el chef y la otra conductora del programa, Carmen Maldonado, quien, al contrario de Verónica, era un ángel elegante que nunca se reiría a mandíbula batiente por más ganas que tuviera, como ahora que estaba un poco más risueña de lo normal por lo que había pasado pero a su vez como si nada hubiera pasado.
El último segmento era el de la cocina y duraba unos 15 minutos. Pequeño espacio dentro de un programa de dos horas pero al menos esos 15 minutos eran suyos, de Ignacio; poco le importaba que casi ni se le mencionara en el resto del programa sabiendo que al final tenía su momento estelar donde él era el protagonista y las conductoras dejaban de serlo para convertirse en simples asistentes. Había sido así los días anteriores, debió ser así ese día también, pero ahora quedaban 10 minutos e Ignacio apenas había empezado cuando fue interrumpido. No se desmoralizó: demostrando un gran dominio de sí mismo, aunque su rostro sonrojado le traicionaba un poco, Ignacio pudo completar, apurado pero a tiempo, justo a la 1 con 59, la preparación de la dichosa sopa de cebollas. Sólo él y Carmen se despidieron del público ese día. A Verónica no se le vería en pantalla hasta el próximo lunes.
Porque era viernes y qué bueno que lo fuera,  así todo el equipo de producción podría festejar sin tener que preocuparse por el día siguiente. Cuando se apagaron las cámaras y empezó la telenovela de las 2 de la tarde, atrás quedaron los nervios, la tensión y los errores de esa primera semana de emisión. Había sido todo un riesgo de parte del canal apostar por caras nuevas y por jóvenes (ni las conductoras ni el chef superaban los 30 años de edad) con el propósito de diferenciarse de la dura competencia de ese horario, pero el rating, que no había parado de subir desde el estreno, el lunes pasado, apoyaba su decisión. Todos los presentes en el set aplaudieron y se abrazaron. Verónica reapareció y, antes de unirse a la celebración, fue directamente hacia donde Ignacio para pedirle disculpas: no hubo dramas al respecto y al incidente rápidamente se le declaró olvidado.
Pero qué bueno, otra vez, que fuera viernes, porque, más allá de cualquier gesto, Ignacio necesitaría ese fin de semana alejado de las cámaras y la soledad de su departamento para realmente olvidar el incidente. Yo soy así, Ignacio, yo soy así: bien jodida pero no me hagas caso. Le había dicho Verónica al momento de disculparse en el set, y lo mismo más tarde ese día en un restaurante, en medio de sus compañeros de trabajo y entre copas, añadiéndole: ya me conocerás mejor y verás que nos llevaremos bien. Ciertamente llevaba menos de un mes de conocer tanto a Verónica como a Carmen. Él había sido el último en integrarse al equipo y recordó el momento que le presentaron a las que serían las conductoras. De inmediato notó el contraste de personalidades entre ellas dos. Irónicamente había sido Verónica la que le había caído mejor por lo fácil que era entablar una conversación con ella, a diferencia de Carmen de quien no estaba seguro si era así por timidez o porque simplemente era una sobrada.
Todo esto y más pasaba por la mente de Ignacio ese fin de semana, y en ese mismo espacio de tiempo aparecería una breve nota en un medio escrito, fechada en algún día, mes, y año de la segunda mitad de los 90, y titulada: “Sopa de cebollas hace llorar a Verónica Vera, pero de risa”.


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Nunca quedó claro si fue piconería o una reacción honesta de ella, pero lo cierto es que a Verónica no le gustaba ser ignorada y era lo que Ignacio había estado haciendo ese día durante su segmento de cocina. Lo cual no le fue fácil pero sí necesario, porque desde hacía unas semanas que siempre cometía algún error y la culpa, claro, eran las distracciones de Verónica en sus intentos de hacer lo más ameno posible ese como todos los segmentos del programa. Lamentablemente para él, varios de los momentos más graciosos eran sus errores, como la vez que, por ejemplo, confundió la sal con el azúcar y el desastre de postre que obtuvo. Qué suerte, pensaba Ignacio, que nunca nadie de la producción le hubiera llamado la atención, pero se dio cuenta de lo ingenuo que era cuando ese día, apenas terminado el programa, sí le llamaron la atención y fue por su seriedad. Concentrado como lo estuvo, en la receta y en nada ni nadie más, las bromas y gracias de Verónica habían caído en saco roto o no encontrado respuesta. Consecuencia: un plato preparado con la destreza que se supone debe tener un chef como él. Pero comprendió que eso era lo de menos escuchando los regaños del productor y del director, y le ganó la desazón. Verónica me distrae mucho, dijo Ignacio en voz alta y arrepintiéndose por decirlo al mismo tiempo, incluso antes de notar que Verónica estaba a su costado. Qué iba a hacer, era humano y el director y productor habían echado sal a una herida recién abierta minutos antes, y literalmente por ese condimento:
-Le falta sal- había dicho Verónica en vivo y en directo, para todo el Perú.
Ya sabes cómo es, seguro lo has visto antes en televisión: el cocinero termina con lo suyo y le da de probar lo cocinado a quienes están a su alrededor. En este caso la cara de satisfacción de Carmen lo dijo todo; es más, volvió a probar otro bocado y con la boca llena tuvo que despedirse de los televidentes con la mano. En cambio la degustación de Verónica, aunque breve, fue apatía total, desde el momento de llevarse el tenedor a la boca hasta que dio su veredicto.
Luego del cual, y al instante, le volvió el entusiasmo de siempre. ¡Hasta mañana, los quiero!, dijo mirando a la cámara. Los créditos empezaron a aparecer en pantalla. Era el turno de la despedida de Ignacio pero él ya era sólo una estatua de sí mismo.
-¿Tienes algún problema conmigo, Ignacio?- le preguntó Verónica muy seria al escuchar su queja. Era una pregunta difícil de contestar y no por el temor de ser sincero: sincero de qué si Ignacio no estaba seguro de lo que realmente sentía por ella. ¿Qué sería de su vida sin Verónica? That is the question.
A Ignacio nunca le había desvelado la idea de ser parte de la farándula. Su verdadero anhelo era ser un reconocido chef con su propia cadena de restaurantes, y había partido a París, 5 años atrás, convencido de que algún día volvería al Perú y lo haría realidad, primero en su patria, luego en el resto del mundo. Pero la televisión bien podría encaminar ese anhelo. No hay que ser un genio para entender que la televisión te puede dar fama relativamente rápido y que la fama es reconocimiento y dinero. ¿Cuántos años y horas como asistente de chef necesitaría para obtener lo necesario y emprender su sueño? En la televisión, por lo que él había visto y recordaba, era cuestión de menos de una hora diaria de lunes a viernes. Entonces, recién llegado de Francia, y con la posibilidad de asistir a un casting, Ignacio no desaprovechó esa oportunidad y asistió sintiéndose de sobra seguro de sus habilidades para la cocina, sabiéndose para nada tímido y sólo preocupado por su acento. El director y el productor nunca le confesarían que precisamente su acento, inusual para la televisión peruana y a la que podrían sacarle buen provecho, mucho había influenciado en su elección.
Ahora era una de las figuras del programa número 1 del mediodía. Sí, número 1 y en tan sólo 5 meses de existencia, en un medio donde muchos otros programas son sacados del aire al primer mes. Y gran parte de ese éxito, tenía que admitirlo, era por Verónica. Ella se había convertido en la razón principal por la que la mayoría de sus televidentes los veían, y en consecuencia, por la que lo veían a él. Así que, se podría decir, era por Verónica que Ignacio tenía ese trabajo bien remunerado y por ella que la gente lo reconocía en la calle y le pedía autógrafos. Era por ella también que, cuando pasaba esto último, la gente se dirigía a él llamándole Ignaciú o hablándole gangosamente con un falso acento francés, porque era lo que acostumbraba hacer Verónica. Luego del incidente de la sopa de cebollas y de analizar la situación, Ignacio había llegado a la conclusión que más fácil que tratar de hablar “normal” le sería simplemente tomar las cosas con humor y decidió hacerlo (descartando, eso sí, por si acaso, la idea de preparar más platos típicos de Francia), y esta decisión le ayudó a lidiar tanto con Verónica como con los fans. Pero estos ya empezaban a aburrirlo y aquella a convertirse en una poderosa distracción. Por supuesto no le convenía, el día incierto que anunciara la apertura de su restaurante, que la gente tuviera de él la imagen de un chef distraído que comete errores de novato.
Entonces, ¿tenía o no un problema con Verónica? Qué importaba. De pronto Verónica dejaba la seriedad de lado y lanzando una de sus conocidas carcajadas abrazaba a Ignacio sin darle chance a nada y le repetía tú sabes cómo soy, tú sabes como soy. El productor y director rieron con ella y así entre risas e indicaciones los 3 se retiraron dejando a Ignacio solo en ese espacio del set.


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Había sido tan rápido que él apenas se había dado cuenta y había sido tan rápido que ella no lo recordaría jamás. O no lo recordaría como lo que realmente fue, un beso en la boca. Es cierto, no duró ni un segundo, fue con la boca cerrada (los labios casi fruncidos), nada de lengua ni saliva. Pero para Carmen, el beso de despedida de la noche anterior, había sido en la mejilla; si alguien se lo preguntase ella genuinamente lo juraría. En cambio Ignacio sí recordaba el contacto boca a boca pero tampoco es que se hubiera hecho ilusiones. ¿No te duele la cabeza? A mí sí, un poquito, y eso que no tomé tanto. Le había dicho Carmen cuando se saludaron al encontrase en el canal, y se lo dijo de una forma tan natural, espontánea y sin roche que Ignacio supuso que ella simplemente había olvidado aquel gesto. Y no, a Ignacio no le dolía la cabeza. Ni el corazón, vale la pena decirlo. No estaba enamorado ni mucho menos pero sí le había empezado a gustar; no tanto como para volverse loco pero sí lo suficiente para ser ella, junto con el buen sueldo, otra razón para no renunciar al programa. Curioso: la prensa tan atenta a Verónica queriéndola encontrar con algún supuesto novio, que se olvidaban de Carmen y de él, y ese beso de despedida, de haber sido captado en alguna foto o video, habría sido mil veces más sospechoso que cualquiera de los ampay más “reveladores” a Verónica. Era algo que Carmen justamente le comentaba a Ignacio la noche anterior; lamentaba que tal asedio de la prensa le impedía a Verónica perderse salidas como la de anoche en la que todos los miembros del equipo del programa habían ido a un bar a celebrar el cumpleaños de uno de los suyos. Y es que Carmen quería a Verónica, y viceversa. Lo que decía la prensa, que ellas se odiaban, eran puros inventos e Ignacio lo sabía. Pero por supuesto él no había lamentado su ausencia sino todo lo contrario, más aun cuando de pronto todos sus demás compañeros ya se habían ido del bar dejándolos solos a Carmen y a él. Y de qué no hablaron… o de que sí… Ignacio lo recordaba pero no quería hacerlo porque lo único que tenía en la mente desde que se habían dicho “hasta mañana” eran bosquejos de planes de cómo repetir la misma situación, los tres solos otra vez: Carmen, él, y el alcohol; quién sabe lo que podría pasar.
Y hubiera continuado con ese olvido voluntario sino fuera porque Verónica ahora estaba más insoportable que nunca interrumpiéndolo a cada rato en el segmento de cocina. ¡Qué pesada! pensó Ignacio y de pronto Carmen, sentada a su lado en el bar, le preguntaba: ¿Te has dado cuenta cómo come Verónica? Come como descosida ¿Y Cómo haces para estar tan flaca? Le pregunté una vez pero se puso tan rara que le cambié de tema. ¿No tendrá algún… problema? Con su peso, ya sabes… Ay, por favor, olvídalo y no se lo vayas a mencionar.
Sorpresivamente Ignacio, a mitad de la preparación del plato del día, mentía sobre cuál sería el plato del día siguiente: una ensalada especialmente para ti, por qué, porque estás gordita, Verónica.
No habrán sido ni 10 segundos y aún así ha tenido que ser el mayor tiempo que se le recuerde a Verónica sin dar una respuesta o mostrar una reacción.
¿Gordita? Balbuceó y no diría más.
Lo mismo le preguntó Carmen a Ignacio. Estás loco, agregó, pero si no tiene ni un gramo de grasa.
Su voz demostraba sorpresa pero su mirada odio, mientras Ignacio caía en cuenta que sin querer queriendo había metido las cuatro. Fue una broma trató de decir sin el menor acento posible para que le quedara bien claro a Carmen que no hablaba en serio cuando ni él mismo estaba seguro de lo que realmente acababa de pasar.
Los pocos minutos restantes fueron confusos para todo el mundo, para quienes estaban frente a las cámaras, para los que estaban detrás, y para los televidentes. Quedó para el recuerdo que ese fue la única emisión en donde nadie probaría la comida de Ignacio y en donde la única en despedirse del público sería Carmen.


*


Nunca le quedó claro a Ignacio qué pasó exactamente al término de esa emisión ni en las casi 24 horas transcurridas hasta el inicio de la siguiente. Durante ese tiempo quiso disfrutar el triunfo de por fin haber dejado a Verónica sin palabras frente a las cámaras, pero Carmen, que nada quería saber de él, se lo impedía. Ciertamente había sido un golpe bajo usar sus sospechas privadas pero creía Ignacio que Verónica se lo había buscado y en ese aspecto no sentía remordimiento. No le importaba ella, así de simple, ni le importó cuando mediante una llamada telefónica, la cual respondió veloz pensando que se trataba de Carmen, se enteró por un periodista de espectáculos que Verónica estaba desaparecida. ¿Sabía él su paradero? Colgó, como siempre hacía cuando recibía ese tipo de llamadas, luego de dar excusas vagas en vez de una respuesta clara, y fue lo mismo que le hizo el productor cuando Ignacio le llamó para hacer averiguaciones al respecto, más por curiosidad que por verdadero interés o preocupación. La última llamada del día que recibiría, alrededor de la medianoche, sería del director: mañana no hay programa, le dijo en pocas palabras y sin darle mayores explicaciones.
Pero si ahora estaba en esa cocina de televisión a punto de empezar su segmento era porque otra escueta llamada de producción lo había despertado a las 11:30 de la mañana avisándole que el programa sí iba. Había tenido media hora para llegar al canal. La prisa le hizo casi atropellar a los periodistas que aguardaban por él fuera de su departamento y le impidió enterarse de cualquier noticia ya fuera por televisión, periódicos u otros medios. Cuando llegó al set de lo único que se enteró con certeza era que Carmen conduciría sola el programa ese día. Y lo venía haciendo muy bien. Ignacio percibió al inicio un poco de nervios cuando Carmen anunció que un repentino resfriado impedía a Verónica acompañarlos y que le deseaba una pronta recuperación. Luego esos poco nervios, si es que realmente lo fueron, desaparecerían y quedaría demostrado que Carmen tenía la suficiente personalidad y carisma para afrontar tal reto en solitario. Ignacio quiso darle ánimos y felicitarla durante los comerciales pero la ley del hielo seguía en pie, y en general, aunque no de una forma tan estricta como la de ella, la de todo el equipo de producción para con él: apenas le respondían sus preguntas con evasivas. Hasta que alguien le advirtió minutos atrás, antes del inicio del más reciente bloque de comerciales, que luego era su turno. Ignacio vio su reloj y calculó que le estaban dando unos 15 minutos, algo que hacía mucho no sucedía con el segmento de cocina.
De haberlo sabido con más anticipación, Ignacio habría planeado preparar una receta más elaborada que la simple receta que tocaba ese día. Simple como las de los últimos 3 meses desde el incidente de la sal, porque no le quedaba otra si quería terminarla dentro de su cada vez más reducido segmento, y simple porque así era menos probable que cometiera algún error; y tantas habían sido las recetas descartadas, las que realmente siempre hubiera querido preparar para así demostrar su maestría como chef. Igual, aunque ya todo estaba predeterminado, Ignacio empezó su segmento decidido a disfrutar de esos 15 minutos sin la presencia de Verónica, y decidido también a olvidarse de una vez por todas de Carmen, quien seguramente como de costumbre apenas participaría en la cocina; cualquier otra decisión importante la tomaría más tarde y antes de la siguiente emisión.
Pero apenas terminaba de nombrar los ingredientes, una mano se apoyaba en su hombro izquierdo y una cabeza se apoyaba en su hombro derecho. Fue cosa de un instante. Antes de que entendiera que se trataba de un abrazo ya nadie lo tocaba y sólo se escuchaba una voz.
-Perdón por la interrupción, Ignacio. Perdón por la interrupción a todos- Era Verónica.
Ignacio dio un rápido vistazo a su alrededor y le pareció que él único sorprendido era él. Quiso retroceder, medio huyendo, medio dejándola sola frente a las cámaras, pero Carmen, acercándose, le cerraba el paso.
-Por favor, Ignacio, no te vayas, porque tengo algo que decirte- dijo Verónica en el momento que los tres caras del programa salían en pantalla.
-Gracias- continuó ella -porque si no fuera por tu comentario de ayer, no me habría dado cuenta de que tengo un problema.
Y, con una serenidad que nada tenía que ver con su carácter alocado habitual, dio detalles de su vida que a todas luces revelaban que padecía de un desorden alimenticio, nunca tratado, siempre pasado por alto, que mucho tenía que ver con su apariencia y con el que no podía lidiar cuando se sentía expuesta. Se disculpó por su raro comportamiento del día anterior y su casi total ausencia en la emisión presente. Pero todo iba a cambiar. Ya nada de ocultarse, de negaciones o de mentiras, iba a enfrentar su problema y saldría adelante con el apoyo de su familia, amigos (como Carmen e Ignacio), y por supuesto, con la ayuda de ustedes, que me quieren tanto, público televidente.
Terminó de hablar con la voz resquebrajaba. Abrazó a Carmen e Ignacio y ellos a ella aunque lo de él fue más un reflejo que cualquier otra cosa. Los aplausos duraron lo que el abrazo, un minuto y algo. La calma volvió y de pronto Ignacio sintió que todos lo miraban, en especial alguien detrás de las cámaras que estaba directamente frente a él, que más que mirarlo trataba de comunicarle algo enseñándole la palma de una mano con los dedos extendidos. ¿Cuál es el plato para hoy? ¿No iba a ser una ensalada? Escuchó que le dijo Verónica al mismo tiempo que Ignacio descifraba el gesto de aquella persona y lo que le quería decir. Cada dedo era un minuto. A su segmento y al programa solo les quedaba 5.



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viernes, 21 de julio de 2017

Acerca de “Donnie Brasco”



Cuando pienso en Al Pacino pienso en Tony Montana (“Caracortada”), en Michael Corleone (“El Padrino”), en el teniente Hanna (“Heat”). O sea, en personajes con poder, personajes al mando, temidos y respetados. Y es lo que me esperaba encontrar en “Donnie Brasco” pero no fue así. Me encontré con un personaje que, aunque de temer por ser de la mafia, no es más que un subordinado de bajo nivel. Al comienzo fue casi una desilusión pero eventualmente se convirtió en una sorpresa grata porque descubrí algo nuevo en el rango actoral de Al Pacino y que me confirmó lo completo que es como actor. Lefty, su personaje, bien puede ser un peligro para la sociedad pero sabe que lejos de los mandos de la banda a la que pertenece es prescindible, y que el despido en su caso es igual a la muerte; algo que puede pasarle en cualquier momento por lo impredecible que puede ser la mafia. Así que por supuesto vive con temor, el cual se mezcla con la frustración de que su experiencia adicional, es por mucho el de mayor edad entre sus colegas del mismo rango, es continuamente ignorada por sus superiores. Aún así es leal, sigue y cumple las reglas, es como funcionan las cosas y él se resigna a ello. Tal vez lo aceptaría con estoicismo de ser un tipo solitario pero ese no es su caso, porque Lefty es un amado hombre de familia que se preocupa y está al tanto por ella. De esta forma es el personaje más débil o carente de poder que le recuerde a Al Pacino, y esta debilidad o estado de inferioridad de parte de Lefty puede llegar a ser tan palpable que por momentos siento verdadera pena por él.
Y es justamente Donnie Brasco, interpretado por Johnny Deep, su punto de apoyo moral dentro de este submundo, con quien Lefty desahoga todos sus pensamientos y anhelos. Y esto es mérito de Donnie Brasco: el novato (agente encubierto) de la banda que es acogido por Lefty como su protegido. Por esta razón es la única persona sobre la que tiene algo de mando pero esto es sólo al comienzo, porque así como con el tiempo Donnie se va ganando la confianza de Lefty, Lefty a su vez se va ganando el respeto y afecto de Donnie quien no es de hielo tampoco: sufre a su modo por la naturaleza misma de su trabajo que afecta principalmente a su familia a la que forzosamente tiene medio abandonada y desinformada. Mientras las brechas emocionales y de jerarquía entre mentor y protegido van desapareciendo al punto que los superiores del FBI de Donnie, inicialmente más que contentos por toda la información recabada, empiezan a preocuparse por él y por su compromiso con la ley. Es en medio de todas estas dificultades y circunstancias por ambos lados que Lefty y Donnie llegan a sentir que solo entre ellos pueden cuidarse las espaldas, estableciéndose un fuerte lazo de preocupación del uno por el otro.
Eso que le dicen química entre actores existe y de sobra entre Johnny Deep y Al Pacino y gracias a ello la relación entre Donnie Brasco y Lefty se siente real. Esta relación es para mí lo mejor de la película, lo que es mucho decir porque el resto es simplemente cautivante: una historia policial (basada en hechos reales) llena de intrigas, la tensión de que en cualquier momento se descubra la verdadera identidad de Donnie, la violencia de la que es capaz una organización como la mafia… Uno podría dar por asegurado todo esto con sólo leer previamente una sinopsis, pero cuántas veces potenciales como este han sido desperdiciados por falta de talento de los realizadores. Afortunadamente en este caso no hay desperdicio: una buena mano en la dirección y en el guión hacen realidad que “Donnie Brasco” sea imprescindible para cualquiera aficionado al cine.

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domingo, 2 de julio de 2017

Acerca de “Grim Fandango”, más o menos



Alguien me había pedido unos huevos de paloma los cuales encontré en un nido en una azotea. El problema era que unas palomas custodiaban ese nido y me atacaban apenas me acercaba. ¿Cómo evitarlas? Investigando en los alrededores encontré un espacio que resultó ser un buen recipiente para alimento para aves. No tenía en mi inventario nada parecido a comida de ningún tipo así que… Luego de una búsqueda no muy exhaustiva en otros ambientes encontré pan. ¿Es algo que podrían comer palomas, no? Regresé a la azotea y con el pan en la mano interactué con el recipiente. Primer evento desencadenado: el pan automáticamente se convertía en migajas; una buena señal porque obviamente las palomas no se iban a comer un pan entero. Segundo evento desencadenado: las palomas vuelan hacia el recipiente y empiezan a comer; ahora nada protege al nido. ¡Victoria! Me emocioné sintiéndome medianamente inteligente porque tampoco era un problema, o “puzzle” como voy a llamar a este tipo de situaciones de ahora en adelante, cuya solución fuese muy difícil de plantear una vez descubierto el recipiente para comida. Entonces me acerco al nido y… las malditas palomas me ven, me atacan y regresan a su posición de defensa.
¿Pero qué carajos...? Pero sí he hecho lo que se SUPONE debía hacer, lo evidentemente LÓGICO.
De la alegría pasé a la incredulidad y, tras otros intentos fallidos, a la desesperación. Es en este punto que abandono cualquier tipo de razonamiento y empiezo con los descartes, probando con todos y cada uno de los elementos de mi inventario en ese recipiente, uno a la vez o haciendo combinaciones. En una de esas coloco, sin esperanzas, el pan y un globo inflado. Las palomas picotean las migajas de pan y de casualidad también al globo. El globo revienta, las palomas se asustan, vuelan y abandonan la azotea dejando a mi disposición, ahora sí de verdad, el nido. Puzzle resuelto.
¿Pero qué carajos...? ¿Cómo me iba a imaginar que aparte del pan iba a necesitar un GLOBO INFLADO?
Sí, resolví el puzzle, pero por la forma de hacerlo no me sentí para nada satisfecho. Y el juego apenas estaba en sus primeras horas; la “creatividad” de los puzzles iría en aumento. A duras penas pude con los siguientes, en su mayoría aplicando el método del descarte también. En un momento, en el que estaba atascado por buen rato, ya no me quedó otra más que buscar ayuda en Internet y al encontrarla confirmé que era una solución a la que nunca iba a llegar por mi cuenta.
Hasta que llegó un punto, a la mitad de la  historia, en que se me acabó la pacienciencia y abandoné el juego definitivamente. Lo cual fue una verdadera pena porque, más allá de los puzzles, me estaba gustando mucho “Grim Fandango”, por su mundo paralelo al de los seres vivos en donde los habitantes son principalmente esqueletos vivientes; sus personajes, en especial el protagonista, Manny Calavera y su acento mexicano; su historia noir que como tal se desencadena con la visita de una atractiva dama (o su equivalente en este mundo de cadáveres) a la oficina del protagonista; la música y ambientación de unos pseudo años 30; y, como la cereza de todo este pastel, su humor negro manifestado especialmente en los diálogos. Todo esto, que aunque en mi caso sólo abarque la mitad de la experiencia completa, me ha sido suficiente para percibir eso que hace tan especial a este videojuego y por lo que está considerado uno de los mejores de la historia; incluso algunos críticos lo consideran el mejor de su año de publicación, 1998, por encima de “titanes” del mismo año como “The Legend Of Zelda: Ocarina Of Time”, “Metal Gear Solid” o el primer “Half Life”. Sabiendo de su palmarés es que finalmente me decidí a jugar este 2017 su versión remasterizada.
Pareciera que critico al juego por su dificultad. No es así. Yo asumo mi responsabilidad por no haber podido terminarlo. Es más, por un tiempo me sentí mal conmigo mismo por no tener la suficiente “inteligencia” o “imaginación” para resolver sus puzzles, y la excusa del novato que hace algo por primera vez (porque fue la primera “aventura gráfica” que jugué en mi vida) no me ayudaba porque me sentía menos que un novato por haberme rendido. Me imaginaba a algún veterano en este género burlándose de mí, diciéndome que “Grim Fandango” no tenía nada de difícil.
Pero fue justamente un veterano, o mejo dicho, una veterana la que me liberó de esas emociones negativas, la youtuber PushingUpRoses, o Pur abreviando, quien se especializa en aventuras gráficas. Y esa liberación fue gracias específicamente a videos.
Uno era un ranking de los puzzles más difíciles. Claro, con ello me refiero aquellos cuyas soluciones son casi inimaginables; aquellos que, lo dice ella en el video, obedecen una “lógica lunática” o “moon logic” en inglés. Y la verdad que sí es una cosa de locos, por ejemplo, ¿cómo se iba a imaginar alguien que para pasar por un camino bloqueado por una serpiente había que hacer sonar una pandereta cerca de ella? No sabía que las serpientes le tengan fobia a las panderetas (¿será porque en realidad no es así?).
Pero estos puzzles ¿son la excepción o son la norma? En el otro video aprendí que eran la norma en las aventuras gráficas clásicas, y Pur se pregunta justamente si acaso este tipo de puzzles sea el responsable de que el público haya perdido el interés en estos juegos y que ya no se produzcan tantos como antes. No se queja del nivel de dificultad porque como veterana en el género está más que acostumbrada pero comprende el porqué muchos puedan sentir rechazo, lo que perjudica a un género que de por sí por su falta de acción más directa, como en un FPS o un Platformer, nunca ha sido masivamente popular.
En los comentarios de los videos muchos jugadores experimentados compartían sus frustraciones con distintos puzzles y juegos lo que me ayudó más a no sentirme como una rareza. Mientras otros muchos jugadores recién iniciados en este género y con ganas de adentrarse más en él, como yo, preguntaban cuál podría ser una alternativa más “amigable” para ellos, a lo que la mayoría de experimentados respondía “Day Of The Tentacle”. Bueno, afortunadamente ese juego también lo tengo. Espero pronto poder escribir “Acerca de ‘Day Of The Tentacle’” luego de haberlo terminado y no de dejarlo a la mitad.


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lunes, 19 de junio de 2017

Acerca de “Hotline Miami” y “Hotline Miami 2: Wrong Number”




Casi me rindo, casi, mientras jugaba “Hotline Miami”. Afortunadamente no lo hice porque me hubiera perdido la experiencia completa que ofrece este juego y que se prolonga con su secuela, “Hotline Miami 2: Wrong Number”, el cual jugué de inmediato apenas terminé el primero porque así de mucho me gustó. Claro, ahora qué fácil es para mí afirmar eso luego de las múltiples, casi incontables veces que lo odié por su mecánica inmisericorde; definitivamente es el juego que me ha hecho decir más lisuras en toda mi vida. La mecánica (y me refiero a los dos juegos en general) es en esencia la de cualquier “top down shooter” de PC, es decir, desde una vista superior de 90 grados se controla al protagonista desplazándolo con las teclas WASD y se apunta y dispara con el mouse. Esa es la parte clásica. Lo no tan tradicional es que aparte de armas de fuego se puede usar otro tipo de armas que van desde bates de baseball hasta espadas de samurai, o incluso, si se está desarmado, las manos. Y este arsenal está a disposición tanto para el protagonista como para sus enemigos, y obvio, son armas para matar, pero de qué forma: la escopeta puede volar sesos y dejar pedacitos desperdigados, la espada puede abrir vientres y desparramar tripas, las manos pueden estrangular y golpear una cabeza contra el piso hasta hacerla añicos… mientras los cadáveres ensangrentados van quedando esparcidos por todos lados: la vieja y clásica ultraviolencia. Pero no me refería a esto cuando califiqué esta mecánica como inmisericorde. Lo que pasa es que el protagonista no tiene “barra de vida” o “corazones” que disminuyan con cada daño. No. Aquí al primer daño que reciba el protagonista ya está muerto y la frase “Presiona R para reiniciar” aparecerá. Esto las primeras veces puede causar gracia pero con cada repetición se irá convirtiendo en una frustración cada vez más difícil de soportar.
Mucho tiene que ver el diseño de los niveles en sí. Cada nivel es la representación de un piso de algún tipo de edificio con sus habitaciones y pasadizos, y es en estos espacios por donde deambulan los enemigos. El objetivo del protagonista es matar a todos los que encuentre para pasar al siguiente nivel, pero sólo puede portar una sola arma y si es de fuego, con munición muy limitada, aunque tiene a su disposición las que sus enemigos vayan dejando. Se deduce que el protagonista no debe simplemente entrar a una zona y empezar una masacre; en este juego no duraría ni 10 segundos, aquí tiene que ir con cuidado, matando de a pocos y evitando llamar la atención de otros. Y cuando digo otros me refiero en especial a los muchos enemigos que el protagonista sabe o no que existen porque su rango de visión es limitada y tampoco el juego te avisa previamente a cuántos tienes que eliminar. Entonces puede pasar, como me pasó a mí tantas veces, que luego de matar al número 20 creyendo que era el último, de pronto de una esquina, por donde el protagonista no había pasado antes, aparezca un enemigo y acabe contigo. “Presiona R para reiniciar” y de vuelta a la entrada del maldito nivel.
¿Es un error de diseño? No. Es obvio que el juego está diseñado para que mueras y aprendas así, a la mala, y es la sensación de ir aprendiendo la que justamente hizo que no me rindiera porque reiniciaba pensando “ok, ahora sí sé como pasar este nivel”, aunque muchas veces no era del todo cierto.
Otros aspectos que me motivaron a seguir es la presentación del juego: su audio electrónico, sus gráficos retro, la forma de contar su “fumada” historia. Todo en conjuntos es pura psicodelia, pero no la que agobia sino de la buena, la que complace realmente a los sentidos. Basta con escuchar la música que acompaña a la pantalla inicial del primer juego para darse cuenta de ello y querer darle al botón play inmediatamente y empezar a jugar, aunque a veces me he dado el gusto de dejarla sonar por algunos minutos.
Básicamente todo lo escrito aplica para ambos juegos. Las diferencias son pocas pero siempre a favor de la segunda que le añade un par de acciones más al protagonista, su historia no sólo continúa la primera sino que además la expande, y contribuye con más elementos a enriquecer su universo. Espero que alguna vez haya una tercera parte.

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Música del main menú del primer "Hotline Miami"

lunes, 12 de junio de 2017

Acerca de “Retratos Y Encuentros” de Gay Talese



La crónica que inicia la colección “Retratos Y Encuentros” es acerca de la ciudad de Nueva York, y tal vez por eso, por no tratarse de alguien de carne y hueso, como en el resto de crónicas, la considero más como una introducción al libro que su verdadero punto de arranque. Es un buen aperitivo, sí, que como tal, lo deja a uno con ganas de más, pero no es el gancho o el single si se tratara de un disco. Afortunadamente, para mí, no tuve que esperar mucho para encontrar aquello, y pongo énfasis en ese “para mí” porque soy fan del siguiente protagonista, ahora sí de carne y hueso: Frank Sinatra. Esta segunda crónica es la mejor de todas, claro que tal vez no esté siendo muy objetivo. ¿Qué pasaría con el lector que ni le va ni le viene Sinatra? ¿Le interesaría, como a mí, una crónica sobre cómo le afecta un resfriado? Creo que ese lector empezaría leyendo el texto con ciertas reservas pero terminaría enganchado igual por lo bien que está escrito, y esto por supuesto ya es virtud de su autor, de esta y de las más de 10 crónicas de la colección, Gay Talese.
Y la calidad de su pluma se mantiene en todo el resto del libro. Si unas crónicas gustan más y otras menos es mera cuestión de intereses. Por ejemplo, el baseball nunca me ha interesado así que la crónica dedicada a un maduro y retirado Joe DiMaggio me dejó frío, salvo por la breve referencia a su matrimonio, también breve, con Marilyn Monroe décadas atrás. Lo mismo con el box y boxeadores desconocidos para mí. Aunque si se trata de Muhammad Alí (¿quién no conoce a Alí o nunca ha oído de él?) por supuesto que leeré con placer sobre un viaje suyo a Cuba.
Pero no todos los protagonistas son celebridades de la talla de Alí o de Fidel Castro (quienes se reúnen en aquel viaje). Dos de mis crónicas favoritas son acerca de personas cuyos nombres no levantarán ni una ceja de nadie pero que tienen oficios tan poco comunes o les deparan circunstancias tan sui géneris que cualquier curioso querría saber más de sus vidas. Como la del editor de obituarios del New York Times quien, entre otras cosas, ya tiene escritas las notas necrológicas de muchas celebridades aún con vida, listas para publicar, previa rápida actualización de datos, apenas sea necesario. O la del sastre en problemas por culpa de su adolescente aprendiz, porque horas antes de la visita de su más ilustre, peligroso y vanidoso cliente, un jefe de la mafia, el nuevo traje a entregar ha sido dañado por aquel pupilo, nada menos que el futuro padre del autor de estas crónicas.
También las hay autobiográficas las cuales disfrutarán especialmente quienes soñamos con poder vivir de esto, o sea, escribir, y queramos enterarnos de los inicios en este oficio de cualquier escritor merecidamente consagrado como lo es Gay Talese.
Si no has leído nada de él esta antología es un buen punto de partida antes de adentrarse a sus crónicas o reportajes mucho más extensos.
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