Cuando te enteras de que alguien cercano a ti ha hecho algo con lo que no estás de acuerdo, lo que sentirás estará entre el desconcierto y el enojo. Esa fue casi mi constante durante las desventuras de Nelson y Henry provocadas por sus continuas decisiones dudosas (por decir lo menos) al no saber controlar sus emociones.
Se podría justificar esta falta de control por ciertos hechos que dejaron marcadas sus vidas. Henry, fundador del desaparecido grupo teatral “Diciembre”, es un dramaturgo venido a menos cuya obra de teatro más famosa (relativamente hablando) hizo que años atrás lo encarcelaran injústamente por 6 meses. Nelson, un joven aspirante a actor, se quedó huérfano de padre en la adolescencia lo que interrumpió su normal desarrollo y frustró muchos de sus planes a mediano y largo plazo. Como consecuencia de estas tragedias, las vidas privadas de ambos se ven afectadas, en especial sus relaciones amorosas, lo que pesa más en Nelson por ser más joven e inmaduro.
En estas circunstancias, sin saber bien qué hacer con sus vidas, Nelson, Henry y “Patalarga” (otro co-fundador de “Diciembre”), emprenden una gira para interpretar en provincias otra vez aquella obra polémica (ahora que es una época más tranquila en el país), con un afán entre nostálgico y reivindicador por parte de Henry y Patalarga, y siendo para su recién reclutado, Nelson, la oportunidad de dar sus primeros pasos como actor.
Al comienzo, por lo ya mencionado, parece una buena decisión salir de gira, y también por ser un medio de escape a la apremiante realidad cotidiana en la que viven cada uno, sumergiéndose, lejos de la capital, en aquella pasión que tienen en común, el teatro. Pero en el transcurso de la gira quedará claro que la realidad así nomás no los iba a dejar escapar. ¿O es que Nelson y Henry no se esforzaron lo suficiente y se dejaron atrapar?
Aquí empieza mi desconcierto y enojo, porque pudiendo seguir adelante con sus vidas no lo hacen: no lo hace Nelson tratando de salvar su insalvable relación amorosa mediante periódicas llamadas telefónicas a su ex en la capital (olvidándose de paso de que tiene una madre que hace semanas, luego meses, no tiene noticias de él). Y no lo hace Henry quien, aferrado aún al recuerdo de un tal Rogelio (personaje ya fallecido) y como líder de esta nueva versión de “Diciembre”, ordena el desvío de la gira de su ruta original hacia el pueblo natal de aquel que fue su amante en la cárcel.
Y es en este pueblo donde quedará demostrado otra vez el mal juicio del trío, lo cual provocará una situación confusa de muertos, aparecidos e identidades falsas cuyas consecuencias los perseguirán a partir de ese punto, más o menos la mitad de la historia, hasta el desenlace. Aunque ya para el final, cansado de sentirme tan frustrado por “verlos” tropezar a cada rato con sus propios pies, me empecé a alegrar de sus sufrimientos. Pero claro, de haber estado los personajes siempre en lo correcto, la novela se hubiera acabado insatisfactoriamente antes de la página 100, de las 300 y tantas que tiene en total.
Lo paradójico es que aun con esa fuerte sensación de “!¿qué carajos están haciendo?!” nunca he querido abandonar la novela. Todo lo contrario: constantemente he querido seguir sabiendo de Nelson, de Henry, de Patalarga y de los demás. Y es que mi problema no es la novela que los contiene, mi problema son ellos y sus acciones pero no como actores en esta ficción sino como personas de carne y hueso porque así de reales los sentí. Y este es el gran triunfo del autor que, con (o a pesar de) estos personajes más su ágil forma de narrar, creó en su conjunto un novela fascinante y de placentera lectura.
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