¿Es realmente así de exagerada la vida de Martín Romaña o todo es pura exageración suya? Pues yo prefiero creer lo primero, que sí, las cosas le han pasado tal cual él las cuenta, y de que es posible, para bien o para mal, que uno pueda tener una vida así de intensa e impredecible como la de él, un peruano que llega a París a mediado de los 60 con toda la intención de convertirse en escritor sin imaginarse que escribir sería lo que menos haría. Es al menos una vida de lo más provocativa para el lector que se va enterando de ella, no así necesariamente para el que la vive porque cuando a Martín Romaña le toca sufrir (ya sea por el amor, la muerte o las hemorroides u otras circunstancias) sí que lo hace y mucho, y es justamente un estado de sufrimiento, que lo sumerge en una melancolía “blue blue blue” (como él la llama), el que lo motiva a escribir y a contar su historia, cómodamente sentado en un sillón Voltaire, en un cuaderno azul, el primero de dos cuadernos. Pero tampoco se trata de que uno, como lector, disfrute del sufrimiento del protagonista de “La Vida Exagerada de Martín Romaña” como si de un villano se tratara, porque lejos de eso Martín es un personaje entrañable que sabe sufrir con “gracia” (la forma en que denomina a su melancolía es un ejemplo de ello) siendo consecuente con su personalidad que no es la de un irritante tipo optimista que trata siempre de verle “el lado amable” a todo, sino la de alguien que dice de sí mismo “me molesta molestar” pensando en las personas que lo rodean y también, inconscientemente, en el posible lector de sus memorias.
Es cierto que la comunicación con éste es a través de páginas muy bien escritas pero se siente más como una conversación en donde Martín Romaña cuenta y el lector “oye” atento, y cuando no lo está tanto y se pierde ocasionalmente, algo normal tratándose de una narración de estilo oral en la que lo espontáneo predomina sobre lo estructurado, el lector tiene que retroceder un par de párrafos como quien interrumpe brevemente al narrador para pedirle que le vuelva a contar, o a explicar, esto o aquello. Sin ser para nada algo grave es el mayor y único punto en contra que le encuentro a la novela que por lo demás fluye y se deja leer sin problemas a pesar de sus casi 600 páginas. Existe otra “queja” pero que fue producto de una ocurrencia curiosa. Leí la novela por primera vez hace casi 10 años y al momento de su relectura reciente pasaron dos cosas: la primera, que me había olvidado partes de ella; y la segunda, que atravesaba por un incómodo estado de ansiedad cuyo mejor remedio era alejar mi mente de los malestares concentrándose en algo placentero como videojuegos, música o leer. Y leer “La Vida Exagerada...” estaba siendo un verdadero placer hasta que la (redescubierta) endeble salud de Martín Romaña empieza a flaquear y algunos de sus malestares empeoraban mi ansiedad. No me quedó otra que leer esas partes con un concierto de Queen al lado a full volumen, si no...
Si no tal vez no estaría ahora tratando de reseñar esta espléndida novela de Alfredo Bryce Echenique, a quien recién menciono (sin contar el título de este texto, obvio) porque si se trata de ficción, y en especial de la buena ficción, lo mejor que se puede hacer es creérsela, en este caso creer que Martín Romaña y su mundo existe. Además que está el hecho confuso y divertido de que el protagonista y “autor” (ojo con las comillas) es el alter ego del autor real (o sea sin comillas) pero a su vez éste, presentado dentro de la novela como el “pérfido” Bryce Echenique, es un personaje que, si bien bastante secundario, siempre que aparece es para convertirse en otro dolor de cabeza para el pobre Martín.
Otra curiosidad es como aun gustándome luego de su lectura me gustó incluso más luego de leer su continuación: “El Hombre que Hablaba de Octavia de Cádiz”, porque me hizo apreciar las virtudes presentes en el cuaderno azul y que brillan por su ausencia en este cuaderno de color rojo; empezando por el personaje de Martín mismo, protagonista en ambas pero eje de la historia sólo en la primera novela. En ella es Martín quien está en el centro de todas las situaciones exageradas en las que se desenvuelven toda una gama de personajes tan variados como memorables: su esposa Inés, sus amigos revolucionarios, su psiquiatra… teniendo como telón de fondo la intimidad de su humilde departamento parisino en el que su matrimonio se va cayendo a pedazos; una París al borde del colapso durante las revueltas de mayo del 68; distintos hospitales y sanatorios a donde acude para curar sus males físicos y mentales… Y esta riqueza argumental parece continuar, o incluso expandirse, en los primeros capítulos de “El Hombre que Hablaba...” hasta que aparece Octavia, una jovencita universitaria de 18 años descendiente de la nobleza y alumna del curso de Literatura de Martín, para robarse el show, lamentablemente no para bien. Aunque más que una aparición se trata de una revelación. Octavia ya aparece en “La Vida Exagerada...” como menciones ocasionales por parte de Martín, lo suficientemente significativas como para que quede claro que él, mientras cuenta su vida, la ama y la tiene en su mente constantemente. Esta presencia enigmática se vuelve real en la novela que lleva su nombre y ahora todo gira alrededor de ella en un contexto y con unos personajes (en su mayoría) aristocráticos mucho menos interesantes que el de la novela que la precede.
De todas formas hay que leer “El Hombre que Hablaba de Octavia de Cádiz” para saber como se resuelve finalmente la vida de Martín. Conservarlo en tu biblioteca tal vez no. El imprescindible del díptico “Cuaderno de Navegación en un Sillón Voltaire” (nombre completo de esta saga) definitivamente es “La Vida Exagerada de Martín Romaña”. Otro libro del autor para tu biblioteca como un extra podría ser “Magdalena Peruana y otros cuentos” que incluye el cuento “Una carta a Martín Romaña” en donde se añaden datos sobre Martín y otros personajes. En fin que con Bryce no hay pierde, es un magnífico escritor y considero “La Vida Exagerada...” su mejor novela, y decir eso sabiendo que “Un Mundo para Julius” suele ser su obra más aclamada es decir mucho.
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