sábado, 18 de marzo de 2017

Acerca de "Batman: Arkham Knight"



Pobre Catwoman. Se me olvidó rescatarla. Recién me acuerdo ahora, quincena de enero, cuando el juego me lo acabé el último día del año pasado y 20 horas después desde que la secuestró Riddler, casi al inicio de la aventura. Se suponía que para hacerlo debía resolver más de 10 puzzles suyos esparcidos por todo Arkham, pero nunca he sido muy fan de sus puzzles, así que la misión del rescate la fui aplazando conforme avanzaba con otras. Por suerte las misiones en este juego las puedes realizar prácticamente en cualquier orden y puedes prescindir de hasta 2 y conseguir el final “normal”. Luego aún tendrás la posibilidad de completar las misiones que te faltan para obtener el final “perfecto”. Es lo que tenía planeado pero me desanimé porque, como dije, no soy muy hincha de los puzzles de Riddler y mucho menos del batmobile en este juego.
Excelente el batmobile como medio de transporte y para hacer persecuciones. Pero en su modo tanque, un tedio total. Y es en este modo que tienes que realizar la otra misión que dejé inconclusa. Consiste en desactivar bombas plantadas en toda Arkham. Desactivar cada bomba es mero trámite, el reto está en la previa: con el batmobile tienes que derrotar a decenas de drones que custodian esas bombas. Como muchos, me emocioné con la idea del batmobile cuando se anunció en los primeros trailers; al final quedé, otra vez como muchos, decepcionado por su implementación en el juego. Y acá lo peor: muchas misiones, demasiadas, tenían que cumplirse en ese modo.
Mucho más divertidas, pero lamentablemente muy pocas, son ciertas misiones en las que tenemos que derrotar a una gran cantidad de enemigos haciendo uso del sistema de combate y combos, el mismo y adorado de siempre, pero que para estas misiones tienen la gran novedad de que otro personaje (controlado por IA*) será nuestro aliado y peleará a nuestro lado e incluso podremos realizar combos con él, pero lo mejor es que es posible intercambiar el control entre Batman y este personaje en cualquier momento durante las peleas.
La historia es lo suficientemente buena como para seguirle el rastro. Afortunadamente los escritores no cayeron en los clichés de “resulta que en realidad no estaba muerto” o de una resurrección de esas forzadas típicas de los cómics, al tratar el tema del Joker. Fue un asunto que resolvieron de forma magistral aprovechando las armas del villano principal de esta entrega: Scarecrow. Aunque algunos dirían que el villano principal es otro que aparece en el juego porque le causa más problemas directamente a Batman; personaje cuya identidad es un secreto al comienzo pero rápidamente, por su manifiesto odio a Batman y los primeros flashbacks, uno deduce de quién se trata.
Pero quien origina la historia es Scarecrow, quien esta vez es mucho más amenazador que en Arkham Asylum, lo que me costó asimilar porque pareciera que se tratara de dos personajes distintos. Caso contrario fue el de Catwoman y Poison Ivy, cuyas personalidades y formas de hablar, a lo femme fatale, las hacían casi la misma persona pero con diferente traje. Quien sí no cambia y sigue siendo el mismo testarudo de toda la vida es Batman con su actitud de no dejar que nadie lo ayude.
Mis únicas quejas son todas las ya mencionadas. El resto del juego roza la excelencia. Es digno de la trilogía pero está un escalón por debajo de Arkham Asylum, y dos de Arkham City.
*IA: inteligencia artificial.

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viernes, 3 de marzo de 2017

Mi bodeguero (cuento)




Hubiera sido la anécdota perfecta...
Era el último día de entrega de cuentos para el concurso. El plazo vencía a las 6:30 de la tarde y yo estaba en mi trabajo esperando ansioso que el reloj diera la una; hora del almuerzo y descanso. Cuando así fue, sobre de manila en mano (mi cuento estaba dentro de ese sobre), salí disparado hacia la oficina de correos más cercana, a unas 10 cuadras más o menos de mi centro de labores. No me sentía apurado por el tiempo porque creía que esos 60 minutos libres me sobraban para lo que tenía que hacer, pero igual fui al trote porque mientras más pronto mi cuento estuviera en tránsito hacia la organización del concurso me iba a sentir más tranquilo. Ni se me había ocurrido que podría pasar algún contratiempo; estaba confiado que estaría de vuelta a mi escritorio antes de la hora límite, las 2 de la tarde. Pero cuando llegué al correo de inmediato me di cuenta de algo tan obvio que no me quedó más que lamentarme por ser tan idiota. ¿Cómo es que no pensé en que la 1 de la tarde sería también la hora de almuerzo para esa oficina? ¡Todos lo que trabajan almuerzan a la 1! Algunos traen su comida desde casa, otros salen a comer. Los de esta oficina habían salido. Todos. No había nadie. Se podía ver desde fuera a través de su reja cerrada en la que un pequeño letrero anunciaba sus horarios de atención. Reabriría a las 2.
Angustiado pensé rápidamente en un plan b. Recordé que la bodega que estaba cerca de mi casa (a la que me había mudado 5 años atrás), aunque no era una oficina de correos en sí, servía de agencia autorizada por la misma institución así que también se podía realizar envíos desde ese local. Tomé un bus que me llevaría hasta ese sitio en 20 minutos y en el trayecto no pude recordar haber visto esa bodega cerrada las veces que fui a comprar ahí (nunca tan tarde o temprano) ni siquiera en feriados. Y en todas esas veces siempre fui atendido por el mismo anciano; anciano de apariencia pero con una vitalidad y locuacidad que incluso yo en mis treintas le envidiaba. Me olvidé un rato del concurso y me distraje pensando en ese anciano y su bodega. Como que el día anterior le había comprado una gaseosa y que en ese momento un niño lo saludaba por su nombre para luego pedirle un helado. No pude recordar el nombre del anciano aunque no estaba del todo seguro si se trataba de un simple olvido o la consecuencia de no haber prestado la debida atención a momentos como aquel. Como sea, cuando llegué su nombre se me hizo inolvidable de golpe.
Tito.
Nada memorable, ciertamente. Hasta sonaba medio insignificante lo que contrastaba con la importancia esperada de un anuncio de fallecimiento. Porque el señor Tito había muerto y de eso daba cuenta una pizarra a modo de letrero en donde se le nombraba tal cual, sin apellidos.
Mierda, pensé, y ahora qué hago con mi cuento.
Por supuesto, la bodega estaba cerrada.
Sudando regresé a mi trabajo a las 2:05. Apenas me senté en mi escritorio me puse a buscar en internet más oficinas o agencias de correo. No tuve problemas en encontrar varias alternativas. Lo que sí era problemático era que atendían hasta las 6 pm, la misma hora de mi salida. Sólo una cerraba a las 6:30 y no estaba muy lejos pero a esas horas, la hora punta, con un tráfico impredecible, me era imposible predecir con certeza si es que llegaría a tiempo o no. No me arriesgué y a la salida tomé un taxi. Dicho y hecho, por culpa del tráfico llegué a la oficina a las 6:20. Dentro éramos los trabajadores, yo y nadie más por suerte. A las 6:25 (hora registrada en el sobre, dato muy importante para que los del concurso supieran que mi entrega fue dentro del plazo) mi cuento ya era responsabilidad del correo. Solo quedaba tranquilizarse y esperar hasta el anuncio de los ganadores en dos meses.
Y por supuesto, luego de toda aquella odisea, gané el concurso. No podía ser de otra forma. Y qué mejor discurso en la ceremonia de premiación que contar todo lo que me había pasado. Empecé diciendo “y pensar que casi no envío el cuento...” y terminé con una dedicatoria (¿por qué no?) a la memoria del señor Tito, mi bodeguero, haciendo de mis palabras tan entretenidas como emotivas. Y luego los aplausos, las felicitaciones, el orgullo, mi primera victoria, mi primer reconocimiento… El final perfecto. ¿No? Pues es mentira. Todo este párrafo es mentira.
Porque luego de todo aquella odisea para enviar el cuento no gané nada: ni el primero, segundo o tercer lugar, ni siquiera la mención honrosa... Pero ni cuando me enteré de los resultados ni ahora voy sentir lástima de mí mismo porque, estoy completamente convencido, de que la culpa la tiene el correo por extraviar mi cuento tanto en el pasado como en el futuro cada vez que participe en un concurso de estos.
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