El asesinato de toda una familia normalmente sería titular en cualquier diario pero el de los Clutter no fue así, al menos no en los más importantes diarios estadounidenses, aun teniendo en cuenta la brutalidad del crimen: los cuatro miembros de esa familia (un agricultor, su esposa, y sus dos hijos) habían sido atados y acribillados en su propia casa aparentemente sin razón alguna. Quizá los grandes medios no le dieron mayor cobertura por no haber ocurrido en una gran ciudad sino en Holcomb, un pueblo del estado de Kansas de alrededor de 2000 habitantes. En “The New York Times”, por ejemplo, la mañana del 16 de noviembre de 1959, aquella noticia apareció reseñada en una pequeña columna en la página 39; reseña que seguramente pasó desapercibida para la gran mayoría de sus lectores.
Pero no para el escritor Truman Capote, quien no sólo le prestó la debida atención sino que presintió además que era una noticia que valía la pena investigar más a fondo. Convenció a sus jefes de “The New Yorker” que lo enviaran al lugar de los hechos con la promesa de escribir un buen artículo sobre los efectos de una tragedia de esa magnitud en una comunidad tan reducida. Pero luego de entrevistar a vecinos y amigos de la familia, a las autoridades e investigadores, y en especial a los dos asesinos (quienes fueron capturados pocas semanas después de sucedido el crimen) entendió que todos los elementos que tenía ante sí no podrían caber en un artículo de unas cuantas páginas; su destino no podía ser otro que el de un reportaje con la extensión de una novela, y que como tal debía escribirse respetando los datos reales de aquel pero con las técnicas narrativos de esta. Supo Capote que tenía la gran oportunidad de crear algo revolucionario, y esto fue “A Sangre Fría”: la primera (y si no la primera, sí la fundacional) de su género, el de la novela de “no ficción”, la cual lo elevó de autor consagrado, por otras obras como “Desayuno en Tiffany’s”, al Olimpo de los más grandes escritores de todos los tiempos.
Más de seis años le tomó a Capote culminar la novela, el mismo tiempo que duró la resolución del caso el que siguió de inicio a fin.
Hay dos películas, curiosamente producidas casi al mismo tiempo, que cuentan esta etapa de su vida: “Capote”, del 2005, e “Infamous”, del 2006. Con argumentos parecidos y actuaciones parejas en los personajes secundarios, que son más o menos los mismos en ambas producciones, el mayor punto de comparación (para mí que no soy crítico de cine) es la representación de Capote quien es interpretado por Philip Seymour Hoffman en la primera película y por Toby Jones en la segunda. Ambos lo hacen bien imitando los amaneramientos de Capote y su voz tan particular, pero mientras que la actuación de Hoffman es más controlada y sobria, Jones en cambio es más extravagante mostrando a un Capote mucho más afeminado. Si bien para los conocedores es la interpretación de Jones la que más se parece al escritor, fue la de Hoffman la que gustó más a los miembros de la Academia otorgándole el Oscar a mejor actor por ese rol. Yo personalmente prefiero “Capote” por su tono más serio aunque reconozco que tiene un ritmo más lento que “Infamous” la que, justamente por la actuación de Jones, puede ser más entretenida o fácil de ver.
Cabe recalcar que ninguna de esas películas son biografías completas del escritor, sino que se ciñen al periodo de escritura de “A Sangre Fría”, desde su gestación hasta su publicación. Así que seremos testigos de la gloria alcanzada por su autor pero, a su vez, de señales de lo que le depararía después de pasados los créditos de ambas películas. Y es que Capote ya no fue el mismo. Los largos seis años que le tomó escribir la novela hicieron mella en su cuerpo y espíritu, principalmente por la angustia de no poder terminarla sino hasta después de la sentencia final de los asesinos, la que parecía postergarse indefinidamente. Angustia que lo llevó a aumentar de a pocos su consumo de alcohol y otras sustancias hasta llegar al abuso, afectando lo que sería su producción literaria a futuro. La genialidad se le fue apagando y sólo chispazos de ésta le permitieron escribir algunos buenos relatos y otros textos cortos entre los que yo mencionaría algunas de sus cartas (reunidas en la colección “Un Placer Fugaz”), en especial aquellas en las que le da consejos de escritura al hijo del policía (Capote se hizo amigo de toda la familia) que tuvo a su cargo la investigación de los asesinatos de Holcomb (siendo el consejo que más recuerdo y trato de aplicar el de no caer en la tentación de usar palabras “difíciles” o rebuscadas como si eso fuera sinónimo de buena literatura). Mucho menos tuvo genialidad para acabar “Plegarias Atendidas”, novela que sería una mordaz crítica a la alta sociedad de la que él era parte, pero sí le alcanzó para escribir al menos los primeros capítulos los que publicó en una revista y en donde reveló lo suficiente para que ese sector se sintiera expuesto por él, exiliándolo de inmediato y para siempre. (Así que ten en cuenta que si ves una copia de ese libro en alguna librería, lo que tienes ante ti es un texto inacabado.) Y fue así medio abandonado que Capote moriría en 1984, a un mes de cumplir 60 años.
***