Cuando una novela contiene dos historias paralelas, con capítulos intercalados para cada una de ellas, existe el riesgo de que el lector eventualmente posponga una para concentrarse en la otra y altere así (trayéndose abajo) el orden de lectura que el autor tan cuidadosamente había planeado; creo que es una de las peores cosas que le podría pasar al autor. Afortunadamente Santiago Roncagliolo logra el balance adecuado entre las dos que conforman “El Príncipe de los Caimanes”. Siempre me sentí cómodo siguiendo el orden establecido y las veces que me sentí tentado a saltarme un capítulo (para continuar con la historia actual) no fue por favorecer una sobre la otra sino porque de pronto llegaba a un final de capítulo con tal carga de intriga que me motivaba a querer saber de inmediato cómo continuaban las cosas. Pero nunca caí en la tentación, y eso que hay varias de estas y por igual en ambas historias porque las dos contienen momentos así de emocionantes, como los dignos relatos de aventura que son, y que como tales contienen además otros elementos típicos como protagonistas más intrépidos que prudentes, viajes por geografías inhóspitas, situaciones peligrosas, romance y muerte; aunque envueltos en un tono pesimista.
La primera historia (porque es la que inicia la novela) es la de Miguel, un adolescente cuya madre (una prostituta) ha fallecido recientemente dejándolo prácticamente en la calle así que hastiado de su vida en Iquitos (la de finales de los 90) emprende un viaje hacia el Atlántico en busca de cualquier lugar que le asegure una vida mejor. La otra es la de su abuelo Sebastián, quien, casi 100 años atrás, primero llega a Cuba desde España para disputar una guerras ajena y luego viaja hacia América del Sur con el objetivo de hacerse rico mediante la extracción del caucho en la Amazonía.
Ciertamente, en cuestión de hechos, ese parentesco es la interconexión más concreta entre ambas historias (aunque en un aspecto metafórico se podría decir que además tienen en común que sus protagonistas más que viajando están constantemente huyendo de su situación emocional actual… pero solo estoy especulando) y esta casi única interconexión hace que en la práctica sea posible primero leer completamente una para luego pasar a la otra sin perderse ningún detalle, porque con tantos años de diferencia un capítulo de una no tiene directa influencia sobre el siguiente capítulo de la otra. Pero una lectura así sería en cierta forma una experiencia incompleta porque se perdería la oportunidad de disfrutar el ritmo de la novela en su conjunto, ese in crescendo paralelo producto, lo menciono otra vez, del buen balance que ha logrado el autor. Definitivamente la novela no “cojea” por ningún lado aunque debo decir igual que si se trata de preferencias, la historia que me gustó un poco más fue la del abuelo por ser más remota haciendo que mi imaginación (por más cursi que suene) no sólo “viaje” por lugares desconocidos sino también en el tiempo; además que algo tiene de testimonio histórico al narrar las terribles circunstancias en que se produjo el boom del caucho por esa época.
No he leído tantos libros como quisiera así que la siguiente será posiblemente una observación superficial: “El Príncipe de los Caimanes”, por su estructura y estilo, me ha recordado a Vargas Llosa, a lo mejor de él, a sus novelas que contienen otras más pequeñas dentro, y ya solo por esto, justa o inexacta sea esta comparación, no puedo más que recomendar y mucho esta obra de Santiago Roncagliolo.
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