domingo, 18 de febrero de 2018

Acerca de “El Largo Adiós” de Raymond Chandler



Confío en el detective Marlowe. Después de todo “El Largo Adiós” no es su primera “aventura” sino la sexta. Aunque sí la primera que leo de él. Así que decidí confiar en su experiencia acumulada, en su instinto desarrollado, para llegar a las deducciones descorcentantes que finalmente resuelven los misterios alrededor de la muerte de Terry Lennox, el segundo personaje más importante de esta novela.
Pero con “desconcertantes” no quiero decir “imposibles” porque no es así: las conjeturas de Marlowe tienen lógica y sentido y a la larga queda demostrado que son ciertas. Es su proceso de deducción lo que me desconcierta un poco porque muchas veces se vale de evidencias no muy concretas como conversaciones (aparentemente inocuas) o el comportamiento (sospechoso) de alguien.
Pura intuición. Sólo puede ser eso. Aunque yo me lo imagino más como un dolor de cabeza que se le presenta a Marlowe apenas sospecha de algo, y en esta metáfora el analgésico sólo puede ser la verdad, en cuya búsqueda Marlowe se convierte en el dolor de cabeza para otros: para quienes consideran que no hay nada más que investigar, o en especial, para quienes no quieren que se investigue más. Quiero decir: Terry Lennox se ha suicidado y en su carta de suicidio confiesa que ha sido él quien mató a su esposa, cansado de sus infidelidades. ¿Caso cerrado, no?. No para Marlowe, quien con las pocas semanas que lleva de conocerlo cree saber lo suficiente de él como para intuir que hay algo oculto en el asesinato de su esposa y en su supuesto suicidio. Y toma el caso sin que nadie se lo pida, sin que nadie lo contrate. Y lo toma por sus obsesivas actitudes de sabueso y ¿por amistad? Palabra fuerte tratándose de Marlowe, quien es de esos tipo duros que dan la sensación de no tener ningún amigo en este mundo. Pero alguna afinidad tuvo que haber habido entre él y Lennox que le sirviera de motivación extra para buscar un adiós definitivo a la memoria de aquel borracho al borde del desmayo con quien se topó a las afueras de un bar y que por caridad ayudó a llegar a casa. Solo que Marlowe no tenía idea del largo y complicado camino lleno de muertes y misterios que tendría que recorrer para dar por concluída ese capítulo de su vida, la despedida definitiva.
Y él es el narrador en todo ese recorrido, y su “voz” áspera, capaz de producir frases de antología, es fiel reflejo de su forma de ser cínica y recelosa. Curiosamente son estas características las que le dan un “encanto” especial a su personalidad  y que hacen que destaque por encima de otros personajes importantes, como los esposo Eileen y Roger Wade, una pareja de millonarios inconformes con lo mucho que tienen y que justamente por esta y otras frustraciones pasan la mayor parte del tiempo intoxicados por el abuso de algún tipo de sustancia. Afortunadamente para el lector, lo poco de interesante de sus personalidades se compensa y con creces por sus erráticas acciones al estar intoxicados produciendo situaciones confusas que no hacen más que sumar más crimen y misterio a la historia, haciéndola francamente adictiva.
Historia que no es difícil imaginar que transcurre en blanco y negro, o mejor dicho, en blanco y “noir”, con sus detectives, asesinatos y femme fatales, y con una más que agradable sensación de avance constante apoyada en la longitud de sus capítulos que te hace olvidar que estás ante una novela de 400 páginas. Qué vivan las novelas largas con capítulos cortos.

***